Propuesta de Lectura





EL PRINCIPITO










¡Hola familias!





Esta semana la propuesta de lectura que os hacemos es un
clásico: El Principito
(pincha y accede al libro) de
Antoine de Saint-Exupéry.  Es una de las
novelas cortas más famosas de la literatura. Cuenta la historia de un aviador
que conoce a un extraño niño tras sufrir una avería y quedar perdido en el
desierto. El niño le enseñará a mirar la vida con 'ojos de niño'.





Aborda metafóricamente valores como la amistad, el
esfuerzo, la empatia, la confianza y la bondad.





A continuación os dejamos un capítulo del libro (XXI),
para que disfrutéis junto a vuestros hijos. En él aparece una de las frases más
bonitas de esta preciosa historia:







Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es
invisible a los ojos














¡¡Esperamos que disfrutéis de la lectura!!




Entonces apareció el zorro:


—¡Buenos días! —dijo el
zorro.


—¡Buenos días! —respondió
cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.


—Estoy aquí, bajo el manzano
—dijo la voz.


—¿Quién eres tú? —preguntó
el principito—. ¡Qué bonito eres!


—Soy un zorro —dijo el
zorro.


—Ven a jugar conmigo —le
propuso el principito—, ¡estoy tan triste!


—No puedo jugar contigo
—dijo el zorro—, no estoy domesticado.


—¡Ah, perdón! —dijo el
principito.


Pero después de una breve
reflexión, añadió:


—¿Qué significa
“domesticar”?


—Tú no eres de aquí —dijo el
zorro— ¿qué buscas?


—Busco a los hombres —le
respondió el principito—. ¿Qué significa “domesticar”?


—Los hombres —dijo el zorro—
tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo
único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?


—No —dijo el principito—.
Busco amigos. ¿Qué significa “domesticar”? —volvió a preguntar el principito.


—Es una cosa ya olvidada
—dijo el zorro—, significa “crear vínculos… ”


—¿Crear vínculos?


—Efectivamente, verás —dijo
el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien
mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y
no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si
tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para
mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo…


—Comienzo a comprender —dijo
el principito—. Hay una flor… creo que ella me ha domesticado…


—Es posible —concedió el
zorro—, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.


—¡Oh, no es en la Tierra!
—exclamó el principito.


El zorro pareció intrigado:


—¿En otro planeta?


—Sí.


—¿Hay cazadores en ese
planeta?


—No.


—¡Qué interesante! ¿Y
gallinas?


—No.


—Nada es perfecto —suspiró
el zorro.


Y después volviendo a su
idea:


—Mi vida es muy monótona.
Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y
todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me
domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos
diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra;
los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira!
¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es
para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone
triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me
domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré
el ruido del viento en el trigo.


El zorro se calló y miró un
buen rato al principito:


—Por favor… domestícame —le
dijo.


—Bien quisiera —le respondió
el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas
cosas.


—Sólo se conocen bien las
cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de
conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde
vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo,
domestícame!


—¿Qué debo hacer? —preguntó el
principito.


—Debes tener mucha paciencia
—respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el
suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje
es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…


El principito volvió al día
siguiente.


—Hubiera sido mejor —dijo el
zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la
tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora,
más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré
así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré
cuándo preparar mi corazón… Los ritos son necesarios.


—¿Qué es un rito? —inquirió
el principito.


—Es también algo demasiado
olvidado —dijo el zorro—. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y
que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un
rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son
días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores
no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría
vacaciones.


De esta manera el principito
domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:


—¡Ah! —dijo el zorro—,
lloraré.


—Tuya es la culpa —le dijo
el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te
domestique…


—Ciertamente —dijo el zorro.


—¡Y vas a llorar!, —dijo él
principito.


—¡Seguro!


—No ganas nada.


—Gano —dijo el zorro— he
ganado a causa del color del trigo.


Y luego añadió:


—Vete a ver las rosas;
comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te
regalaré un secreto.


El principito se fue a ver
las rosas a las que dijo:


—No son nada, ni en nada se
parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie.
Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil
zorros.


Pero yo le hice mi amigo y
ahora es único en el mundo.


Las rosas se sentían
molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:


—Son muy bellas, pero están
vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer
indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se
sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a
la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres
que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse
y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.


Y volvió con el zorro.


—Adiós —le dijo.


—Adiós —dijo el zorro—. He
aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver
bien; lo esencial es invisible a los ojos.


—Lo esencial es invisible a los ojos —repitió el
principito para acordarse.


—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que
tú has perdido con ella.


—Es el tiempo que yo he perdido con ella… —repitió el
principito para recordarlo.


—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—,
pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has
domesticado. Tú eres responsable de tu rosa…


—Yo soy responsable de mi rosa… —repitió el principito a
fin de recordarlo.